Juan Manuel Cao, destacadísimo periodista cubano, a quien sigo con asiduidad, en su reciente publicación audiovisual Las mentiras patrioteras con las que nos lavaron el cerebro, plantea una crítica al nacionalismo cubano como una construcción ideológica artificial, sostenida por exageraciones, medias verdades y manipulaciones emocionales que se inculcan desde la infancia. El nacionalismo, argumenta, no surge de una verdad esencial, sino de una evolución del tribalismo y del provincianismo en escalas mayores. El nacionalismo es una patología social que, por circunstancias históricas que se han agregado o superpuesto, los cubanos, respiramos y prohijamos orgullosamente, sin advertir los enormes problemas que genera.
En la segunda parte de su análisis, Cao desmonta varios de los mitos más recurrentes del relato nacionalista cubano. Critica, por ejemplo, el uso reiterado y sacralizado de la frase de Cristóbal Colón sobre Cuba como «la tierra más hermosa que ojos humanos vieran», demostrando que Colón hizo declaraciones similares sobre varios territorios, con el fin de justificar sus privilegios ante la corona. También ridiculiza la propaganda sobre «el cielo más azul», «la playa más bella» (Varadero), o «el mejor helado y la mejor fruta», al mostrar cómo estas exageraciones crean un nacionalismo emocional, cerrado y poco autocrítico, que alimenta un sentido de superioridad sin fundamento. Según Cao, esta exaltación excesiva no solo distorsiona la percepción de la realidad, sino que ha sido instrumentalizada por el régimen castrista para secuestrar los símbolos patrios, vincularlos al Partido Comunista, y sofocar cualquier pensamiento independiente. En conclusión, el nacionalismo cubano no es una celebración auténtica de lo propio, sino una técnica de control disfrazada de orgullo nacional.
Marifeli Pérez-Stable reconoce el impacto de ese nacionalismo, como fuerza motriz de diversos procesos políticos durante el siglo XX, a menudo violentos, cuyo epítome es, por supuesto, el proceso revolucionario que llevó a un grupo de insurrectos al poder en 1959, para instaurar —e imponer al resto de la sociedad cubana— un gobierno nacionalcomunista, que bebe y potencia el relato fundacional, y lo eleva por encima de la verdad, al convertir en herejía todo cuestionamiento, por más leve que pueda ser. La petrificación del relato impide su natural renovación.
El mito fundacional necesita figuras que funcionen como santos laicos. En este caso, Céspedes, Agramonte y Martí son representados como símbolos morales inmaculados. La prensa estatal los presenta desprovistos de contradicciones, pasiones o contextos, exaltando virtudes como el desinterés, la valentía o la clarividencia. Esta canonización impide la comprensión realista de sus acciones políticas y silencia los debates internos del movimiento insurgente. La homogeneización de estas figuras contribuye a una narrativa moralizante que deja fuera otras trayectorias ideológicas legítimas del siglo XIX.
Fíjate si es un proceso pensado y quirúrgicamente diseñado que de 9 a 12 años de educación en historia de Cuba es raro encontrar imágenes o fotografías de los presidentes de la República, o de los capitanes generales, o de los reyes españoles. Y cuando logramos hacer alguna conexión con una imagen, esta suele tener connotaciones poco positivas, como por ejemplo, caricaturas, imágenes deformadas, mientras que las imágenes de los «próceres» no solamente se ven absolutamente limpias y conformes, sino que suelen ser las mismas, de manera que siempre podamos asociar un mínimo de caracteres, que además suelen ser sobrios, reposados e inmutables, con una serie de hechos históricos o «actitudes» que al Estado le conviene reproducir o perpetuar, a través sobre todo de la transmaterialidad.
10 de octubre de 1868: primera fake news cubana
Tal día como hoy, de 2019, presa de un repente dígome yo que literario —esclerótico, publiqué en Facebook mi particular encabronamiento con la fecha gloriosa de 1868, pero sobre todo con la agobiante letanía de arrumacos y malabares que los cubanos, por fuerza del culto nacional, generamos. El título fue bautizo y aporte de Ferrán Núñez, quien tuvo la gentileza de publicarlo en Españoles de Cuba, un periódico al servicio de la hispanidad de Cuba.
Hoy pensé hacer algo distinto, porque al cabo de seis años, aquel texto me lucía tan áspero, en muchos aspectos inacabado, incluso inconexo, pero importante aún para mí (aquí te lo dejo), que pedía a gritos un mejor hilvanado de sus ideas, robustecidas por un poco más de investigación, y con ello poder mirar la fecha no sólo como mito repetido hasta el cansancio, sino también como laboratorio de las narrativas con las que se fabricó la nación. Si entonces pudo más la ansiedad que el sosiego, ahora aspiro a dotar de contexto lo que antes fue un desahogo.
Sigo creyendo que el 10 de octubre de 1868 es la primera fake news de la historia cubana, en el sentido que inauguró una tradición de relatos en los que la emoción sustituye a la verdad, y la épica al análisis. Pero también entiendo que esas ficciones tuvieron una eficacia política que explica su supervivencia. Lo que me interesa hoy es rastrear cómo esa mezcla de mito y manipulación ha llegado intacta a nuestro presente y cómo condiciona todavía la forma en que nos pensamos como pueblo, de manera tan exclusiva… y excluyente. Por último, improbable lector, más allá de una comprensible aprehensión emocional y quizá un inicial rechazo, rogaría que me concediera el beneficio de la duda, para luego, con sosiego, construir la arquitectura de una negación. No tengo la menor intención de convencer a nadie de nada pero, si este modesto escrito logra promover, no digamos un debate, sino instalar en quién lo lea, una duda razonable, me doy por servido. Dubito, ergo cogito, ergo sum.
La prensa cubana, la de aquí y la de allá repite el mismo estribillo. LibreOnline, como representante del exilio cubano en EE. UU., se refiere al hecho histórico así:
Hace 157 años, el 10 de octubre de 1868, un grupo de patriotas cubanos dirigido por Carlos Manuel de Céspedes, en el batey del ingenio La Demajagua, se alzó en armas, y al grito de ¡Viva Cuba Libre!, llamado Grito de Yara, proclamó la independencia de Cuba y dio la libertad a sus esclavos, en la provincia oriental de Cuba, lanzó el grito de Libertad, dando comienzo a una desigual guerra que se extendió por diez años, contra el dominio de varios siglos de España sobre la Isla.1
Cubanet, periódico digital de reconocido prestigio con sede en España, publicó hace más de una década un artículo de W. García Fuentes sobre el hecho histórico, del siguiente tenor:
Ningún cubano ignora que Carlos Manuel de Céspedes, a través del Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba – la ya para entonces no tan fiel isla de Cuba -, promovía el inicio de la lucha armada por la conquista de la independencia, la abolición de la esclavitud y la igualdad entre los hombres sin distinción de raza u origen.2
Para entender cómo los cubanos concebimos nuestra manera de ser y nuestra posición en el mundo, tenemos necesariamente que recurrir al relato que nos explica como nación, y quizá el más histriónico y didáctico de todos sea el que hace circular el gobierno, a través del por tal Cubadebate, con un artículo de Armando Hart Dávalos.
La clara y valiente decisión de comenzar la guerra por la aspiración a una patria independiente y plenamente soberana el 10 de Octubre de 1868, se consideró en los primeros momentos por algunos patriotas como precipitada; sin embargo, ya desde los meses iniciales de aquella epopeya y debido en especial a la fuerza que alcanzó en la zona oriental de Cuba, se comprendió que aquel suceso había sido un extraordinario acontecimiento histórico.
La Isla entera era un hervidero de efervescencia revolucionaria, donde crecía el movimiento conspirativo. La revolución requería de un acto de audacia y Céspedes, el 10 de Octubre de 1868, interpretando las posibilidades revolucionarias, tomó la histórica decisión de desencadenar la lucha armada. Fue precisamente el grito de ¡Viva Cuba Libre!, llamado el Grito de Yara, el que irrumpió con la fuerza necesaria para que la patria cubana dijera ante el mundo: ¡Presente! Ningún hecho anterior alcanzó la significación que tomaron los acontecimientos de La Demajagua.3
Engranaje del mito fundacional
La eficacia del mito fundacional depende de dos elementos que deben operar de consuno: (1) el marcado: la temprana inculcación a través de los diversos mecanismos de control social, especialmente, la enseñanza pública; y (2) La atomización de ese relato de manera que sature todos los estratos sociales, de tal suerte que siempre esté al alcance de cualquier persona, en cualquier circunstancia y en toda manifestación de la cultura: desde el preámbulo del texto constitucional hasta el cancionero y el refranero populares. La palabra «marcado» se refiere al proceso de impresión mental temprana de determinados valores, creencias e interpretaciones históricas en los individuos, especialmente durante la infancia, mediante mecanismos sistemáticos de control social, como la educación pública y los discursos institucionales. El término se ha tomado, por analogía, del campo del manejo del ganado —donde marcar implica dejar una señal indeleble de pertenencia— para describir cómo ciertos relatos fundacionales son inculcados en la conciencia colectiva de manera que definen no solo la identidad personal, sino también la percepción de lo nacional.
Este marcado opera como un condicionamiento simbólico que actúa antes de la formación de un pensamiento crítico autónomo, garantiza así la eficacia del mito fundacional al establecer un marco cognitivo y afectivo desde el cual se interpretan posteriormente la historia, el presente y el lugar del individuo dentro de la nación. Para indagar sobre su origen y contenido propongo dos tipos de fuentes: (1) artículos periodísticos redactados con fines ideológicos por la maquinaria estatal cubana, publicados en el portal Cubadebate2 y un suplemento publicado por Juventud Rebelde en conmemoración del sesquicentenario de la guerra de 1868; y (2) dos textos de Emilio Roig de Leuchsenring que, a juicio del autor, sientan las bases de este relato, desde la institucionalidad académica, a saber: 13 conclusiones de la guerra del 95 (publicado en 1943), y Cuba no le debe su independencia a los Estados Unidos (publicado en 1950). Emilio Roig ocupa una posición central en la historiografía cubana del siglo XX, no por su rigor metodológico o crítica documental —que fueron limitados—, sino por haber sido el principal arquitecto del relato histórico oficial de la república que se organiza después de la caída de Machado, y que alcanza su mayor esplendor con la entrada en vigor de la Constitución de 1940. Roig es uno de los fundadores del nacionalismo historiográfico cubano cuyo carácter mitológico lastra muchísimo la comprensión de nuestro propio pasado. Todavía hoy, y para desgracia nuestra, su obra sigue siendo uno de los pilares de la historiografía cubana.
La tiranía cubana tira una vez más de la cuerda mágica de la historia para producir un telar conveniente. La frase de Fidel Castro «solo ha habido una Revolución: la que comenzó Céspedes» ha sido la piedra angular sobre la que se ha tejido el mito de la continuidad. Si bien puede ser una frase retóricamente eficaz, es sin embargo, completamente falsa. Su único propósito es recabar cuanto gramo de legitimidad histórica haya en favor de la dictadura castrista. La afirmación presupone una continuidad lineal y teleológica entre el Grito de Yara de 1868 y la Revolución de 1959, es decir, que todos los procesos insurreccionales entre ambos momentos forman parte de una misma «gran revolución», lo cual es históricamente inexacto y asaz reduccionista. Es evidente que desde una perspectiva política o simbólica, la frase cumple la función de legitimar el nuevo poder revolucionario como heredero exclusivo de la historia patria. Y al imbricar ese relato con la nación misma, se anula toda posibilidad de cuestionamiento, de alternativas. Cualquier interpretación de la historia de Cuba que no se ajuste a ese estrecho corsé queda sencillamente fuera del marco nacional. Este reduccionismo a ultranza tiene muchísimas desventajas, pero la más destructiva, a mi juicio, es que homogeniza al sujeto histórico al imponer al mambí como único arquetipo válido, en detrimento, por ejemplo, del ciudadano constitucionalista, con lo cual la nefanda idea que la violencia es un mecanismo válido de transformación social toma carta de naturaleza en nuestra concepción de lo cubano, con terribles consecuencias que impactan negativamente en la duración de cualquier proyecto de convivencia nacional si la solución a todo problema es el machete. El machete no puede ser la solución, ni la única explicación de nuestro origen.
El Grito de Yara como insurrección ilegítima
La historiografía oficial cubana ha elevado el 10 de octubre de 1868 al rango de mito fundacional. Se le presenta como un acto de emancipación, como la proclamación de la libertad de un pueblo que, en palabras de la narrativa posterior, no tuvo más remedio que romper sus cadenas. Sin embargo, un examen riguroso de la legalidad vigente en aquel momento y de las condiciones políticas de la isla obliga a reconsiderar este episodio bajo otra luz: el llamado Grito de Yara no fue un acto legítimo de autodeterminación, sino un alzamiento contrario a Derecho, carente de sustento jurídico en el marco constitucional español.
El marco jurídico de 1868
En el momento del levantamiento encabezado por Carlos Manuel de Céspedes, Cuba no era una colonia en el sentido clásico extractivo, sino un territorio de ultramar bajo plena soberanía de España y completamente integrado en ella. La Constitución de 1837, que marcaba la pauta en materia de organización del Estado, establecía expresamente que las provincias de ultramar formaban parte del territorio nacional. Esa integración política otorgaba derechos y deberes a sus habitantes en calidad de ciudadanos españoles, aunque limitados en ciertos aspectos por el régimen especial de ultramar, sobre todo en lo relativo al ejercicio de derechos fundamentales.
El estallido del movimiento revolucionario debe analizarse, entonces, en el contexto de un ordenamiento jurídico vigente y vinculante. Las autoridades, instituciones y leyes españolas no podían ser ignoradas unilateralmente por un grupo reducido de hacendados orientales que, sin legitimidad electoral ni representación institucional, se autoproclamaron portavoces de toda la isla, es decir, usurpan la soberanía. La ruptura violenta con la legalidad constituía, en consecuencia, una insurrección punible y no un ejercicio legítimo de soberanía.
La falta de legitimidad política
El Grito de Yara no emanó de un consenso social ni de un mandato popular. Las estadísticas demográficas del censo de 1860 demuestran que el grueso de la población cubana residía en las provincias occidentales, mucho más densas y económicamente desarrolladas. Fue, sin embargo, en una zona periférica y poco poblada, el Oriente, donde un reducido grupo de hacendados lanzó una proclama que pretendía comprometer a toda la isla. Matemáticamente, no podían representar la voluntad de la mayoría de los habitantes.
Más aún, el Manifiesto carecía de la forma jurídica de una declaración de independencia soberana. No fue aprobado por unas Cortes, ni por un órgano representativo, ni refrendado por los ciudadanos. Fue la expresión unilateral de una facción, que buscaba imponer por la fuerza un cambio de régimen contrario a la Constitución española.
Contravención del Derecho internacional clásico
Desde la perspectiva del derecho internacional del siglo XIX, la insurrección tampoco encontraba reconocimiento. Las doctrinas de la época, desde Vattel hasta Wheaton, establecían criterios precisos para reconocer la beligerancia de un pueblo: control efectivo de un territorio, ejercicio estable de funciones de gobierno y capacidad de cumplir con las leyes de la guerra. En 1868, los insurrectos no reunían tales condiciones: se trataba de un alzamiento sin estructura estatal ni respaldo externo. Por ello, ningún Estado extranjero —salvo algunas repúblicas hispanoamericanas por la coyuntura que supuso la Guerra hispano-sudamericana— reconoció su beligerancia en ese momento. No digamos el abrumador silencio internacional, sino el enjundioso análisis que hace el presidente estadounidense Ulysses Grant en su mensaje al Congreso de 1869 confirma el carácter ilegítimo de la acción.
Consecuencias de la ilegalidad
El recurso a la violencia sin base jurídica tuvo consecuencias nefastas: abrió un ciclo de guerras civiles que devastó la economía, fracturó a la sociedad y retrasó reformas que, en la metrópoli, comenzaban a abrirse paso. Basta recordar que, apenas un año después, España había promulgado la Constitución de 1869, de orientación liberal y con disposiciones que podían haber extendido un marco de derechos más amplio a Cuba. La insurrección adelantada y fuera de la ley no solo fue ilegal: fue inoportuna, imprudente y perjudicial para los propios intereses de los habitantes de la isla.
El Grito de Yara no puede sostenerse como acto fundacional de la nación cubana, ni como ejemplo de legítima rebelión contra la tiranía. Fue, en cambio, un levantamiento insurreccional contrario al Derecho constitucional español y al derecho internacional clásico. Sus líderes actuaron sin mandato popular, fuera de toda institucionalidad, y arrastraron a la isla a una guerra destructiva que no gozaba ni de reconocimiento jurídico ni de respaldo político mayoritario. Desmitificar este episodio no implica negar su importancia histórica, pero sí situarlo en el lugar que corresponde: el de una insurrección ilegal que inauguró una tradición de ruptura y violencia, en vez de una evolución jurídica y política hacia la modernidad.
Pérez, Jr., Demetrio (7 de octubre de 2025). Carlos Manuel de Céspedes y el Grito de Yara: 10 de octubre de 1868. LibreOnline. https://libreonline.com/carlos-manuel-de-cespedes-y-el-grito-de-yara-10-de-octubre-de-1868/
García Fuentes, W. (11 de octubre de 2013). El grito de Yara que nunca ocurrió en Yara. https://www.cubanet.org/el-grito-de-yara-que-nunca-ocurrio-en-yara/
Hart Dávalos, A. (10 de octubre de 2023). Céspedes, el Padre de la Patria y el Grito de Yara. Cubadebate. http://www.cubadebate.cu/opinion/2023/10/10/cespedes-el-padre-de-la-patria-y-el-grito-de-yara/