El tercer eje es una consecuencia natural de los dos primeros y es el cuestionamiento de la rectitud de las búsquedas anteriores. A nivel social, tenemos la Ética, que se ocupa de la cuestión de los valores morales y cuánto fluctúa en el decurso de nuestras vidas, o de siglos. La Ética se preocupa por lo que es bueno y malo, y eso se determina por grados de empatía. Por ejemplo: soy una decepción para mi padre debido a mi orientación sexual o mis puntos de vista políticos. Entiendo que es una lucha para él y también entiendo que puede ser incapaz de empatía en ese aspecto. La empatía se define como la capacidad de comprender o compartir los sentimientos de otra persona. ¡Qué cosa tan complicada es esa! Y, sin embargo, es un paso hacia la complejidad y la iluminación, al agregar una capa de razonamiento y conciencia a nuestra existencia común.
Hola a todos, me gustaría comenzar compartiendo algunas cosas sobre mí. Un poco de información personal… que quizá sea demasiada, pero bueno, ahí va:
Hace un año nació mi primera y probablemente única sobrina. ¿Cuál es nuestra historia familiar más allá de mi propio recuerdo? ¿Cómo le voy a contar nuestra historia (…) ¿Por qué es eso importante si en definitiva saber de dónde uno viene no es indispensable para vivir? No lo es, pero ayuda a entender dónde estás.
Mi nombre completo es Maikel Arista-Salado y Hernández, un nombre bastante largo, pero Maikel está bien. Soy un refugiado político cubano y he vivido en Estados Unidos durante los últimos 15 años. También soy un acumulador de cosas, obsesionado con objetos de cualquier relevancia histórica, y empleo el término de manera bastante flexible, o sea, la relevancia que yo decida otorgarle (lo mismo heráldica que vexilología, que ceremonial y protocolo, que condecoraciones). Mi madre puede contar muchas historias de Maikel y sus colecciones. Desde las mil piezas de la colección de medallas (sí, improbable lector, leyó bien, mil medallas) que ilustran la historia de Cuba durante los últimos dos siglos y medio, hasta el archivo histórico del Patronato “José Martí” de Los Ángeles, probablemente la organización civil del exilio cubano más antigua en la costa occidental de Estados Unidos.
No podía dejar que se perdiera ese pedazo de historia. Sea de Martí, de Weyler, o de quien sea, es de nosotros. ¿Será contradictorio? Bueno, sí, es posible. Pero es lo que hay.
Ha ya unos cuantos años, estoy buscando cierta medalla porque resulta que según mi criterio es la condecoración más antigua del exilio cubano. Y cuando yo me empeño, como habrá podido notar, improbable lector, de ahí nadie me saca. Pero en fin: al cabo de gestiones, doy con esta señora en Los Ángeles. Consigo su número telefónico. Una tarde cualquiera la llamo para preguntarle si tenía la dichosa chapita para mi colección de medallas. Y me dice: —¡ay mijo, ¿tú la quieres? Aquí tengo todo el archivo en el garaje cogiendo humedá. ¿En serio que te interesa eso? Bueno, pues si tú lo vienes a buscar, yo te lo doy. Te lo doy todo. Si total. Se va a echar a perder.
Y antes que se botara o se perdiera, como se ha perdido la mitad de la historia de Cuba entre desidia y dolo, o antes de que la buena señora cambiase de opinión no me lo pensé dos veces: al día siguiente tomé un vuelo de Miami a Los Ángeles, y de ahí hasta la pintoresca ciudad de Downey donde conocí a la Sra. Norma Montero, última directora del Patronato, cubana hasta decir no más, venerable octogenaria, de pasos temerosos y piernas muy hinchadas porque la circulación no le acompaña, la pobre. Me entregó entre lágrimas el archivo. Un amigo mío y yo empacamos todo aquello y lo llevamos a la oficina postal. Y por correo hasta Miami… Era agosto de 2018.
El que quiera saber más, aquí le dejo la guía de archivo que redacté cuando revisé todo ese tesoro, y también una grabación (inédita hasta hoy) del acto por el natalicio de José Martí realizado el 28 de enero de 1990, y que estos cubanos tuvieron el grandísimo tino de grabar. Muy conscientes de la necesidad de reconstruir la historia.
Grabación de acto del Patronato - 28 de enero de 1990. Archivo personal de Maikel Arista, fondo: Patronato José Martí. Ref.: A.PJM-001
Cuando uno se va, a veces ni sabe que se va. Y esto vale para casi todo en la vida.
Y allí, en una de esas cajas, iba también una de las tres únicas copias de yeso que existen del busto de José Martí que el Patronato encargó al reconocido escultor cubano Sergio López Mesa (1918-2004) (aquí una lista de sus obras) para ser colocado en Echo Park de Los Angeles, donde hasta hoy se mantiene, no sin controversias. El busto, mi busto, el que tengo, además, había presidido durante 40 años las reuniones y actividades del patronato. No podía dejar que se perdiera ese pedazo de historia. Sea de Martí, de Weyler, o de quien sea, es de nosotros. ¿Será contradictorio? Bueno, sí, es posible. Pero es lo que hay.
Aunque siempre me ha interesado la cultura material, el exilio ha exacerbado la necesidad de acumular evidencia, objetos que nos conectan con algo que no sea la constante sensación de no-pertenencia, acaso una respuesta inconsciente al tener que dejarlo todo, irte con muy poco, con lo mínimo necesario.
Cuando uno se va, a veces ni sabe que se va. Y esto vale para casi todo en la vida. Y a pesar de eso, mi madre pudo traer de Cuba una santa Bárbara de bronce que mi abuela no se cansaba de repetir que había comprado a plazos, y que cada cierto tiempo se limpiaba con cenizas y limón para que el bronce resplandeciera. Cuando se prohibió la religión (Comunismo contra religión), aquella vieja calambuca de mi abuela, nacida en 1914, metió a todos sus santos en el armario, y de allí nunca salieron hasta su muerte.
¿De qué sirve toda esta historia?
Hace pocos años nació mi primera y probablemente única sobrina. Su nacimiento desencadenó preguntas como: ¿Quién es esta pequeña persona? ¿Cuál es nuestra historia familiar más allá de mi propio recuerdo y un manojo de fotografías? ¿Por qué es eso importante?
Los cubanos vivimos el más vil desarraigo escrito en ley. No sabemos realmente quiénes somos y casi nada sobre nuestra propia historia como pueblo, principalmente porque se nos ha ocultado para justificar el culto a la más estéril vanidad: se nos ha silenciado para justificar la existencia de ese Estado nacional que nació con una ilegitimidad y una inmoralidad de origen insubsanable, habida cuenta que los rebeldes traidores, en el momento de otorgarse la autonomía, pero más aún cuando el pueblo manifestó su voluntad en elecciones libres, en ese momento, debieron deponer las armas y acatar esa voluntad. Insistir en la violencia, y no al no bastar la de sus propias fuerzas, desesperados, llaman al extranjero para que invada.
Esos listos, una vez en el poder, reescribieron la historia y desde entonces la han usado como palanca de legitimación política, que de consuno con el conveniente “hastío del país de la siguaraya”, el “yo no me meto en política”, y otras máximas de similar oquedad, permite el florecimiento de una historia completamente fabricada, anclada en falsos héroes elevados al altar cívico, y cuidadito con pensar que los españoles fueron otra cosa que grandes tiranos que no permitían libertad de asociación ni de expresión, o que Céspedes haya sido otra cosa que un paladín de la libertad (claro, no te leas sus decretos y circulares). Es tan simplista y absolutamente maniquea la monserga de la falta de libertades, que asusta cuando jóvenes historiadores la siguen repitiendo acríticamente:
Luego te enteras que el asociacionismo en Cuba es uno de los más elevados de América, y que el Tribunal Supremo Español dictó en sentencia que la propaganda separatista era lícita, y protegida por la Constitución española de 1876, un texto que estuvo vigente en Cuba pero del que no se habla para no ensombrecer los estatutillos fantasmas de la Yaya y Jimaguayú que implantaran una república de nombre solamente, porque sin poder legislativo ni judicial, ¿de qué república estamos hablando?, el mismo nombre que hoy ha llevado el Estado cubano: que de república nada tiene.
Los romanos tenían una frase maravillosa que resumía esta búsqueda: NOSCE TE IPSVM, traducida del latín al español sería: “Conócete a ti mismo” o “La vida no examinada no merece ser vivida”.
Conocerse a uno mismo, en mi opinión, es un ejercicio tripartito, o de tres ejes, dado que la sociedad es una proyección exponencial del individuo. Vamos a examinar esos ejes:
El primer eje es saber cómo llegamos aquí. Dondequiera que aquí pueda ser. ¿Quiénes nos criaron? ¿Dónde nacieron nuestros padres? ¿Dónde nacieron nuestros abuelos? ¿Cómo fueron criados? ¿Qué canciones aprendimos de niños y por qué aprendimos esas canciones específicas con esas melodías específicas? ¿Qué vestimos y por qué lo vestimos? A nivel social, esta búsqueda de conocimiento está a cargo de la Historia. La Historia se preocupa principalmente por obtener conocimiento, preferiblemente basado en hechos de eventos pasados, para comprender esos eventos que, en última instancia, nos explican. A medida que vivimos, también dejamos un registro detrás, un registro que va más allá de nuestros certificados de nacimiento y defunción, un registro de decisiones y posiciones que dan forma a nuestra realidad y a la realidad de las nuevas generaciones. Pero también un registro de objetos y cosas que creamos, poseemos y usamos. Esos objetos nos ayudan a comprender nuestra realidad y la realidad de quienes nos precedieron.
El segundo eje son nuestras relaciones. Somos seres sociales; por lo tanto, nuestra red social está tan inherentemente conectada a nuestra biología evolutiva que solo existimos en la medida en que vivimos en sociedad. Vivimos con las personas que nos criaron, con familiares, vecinos, compañeros de trabajo, amantes, amigos, personas que conocemos al azar en el tren, etc. También vivimos con mascotas y todo tipo de otros animales, árboles, etc. A nivel social, la Política se ocupa del arte, la técnica y la ciencia de la convivencia y el equilibrio de los intereses de todos sin matarnos entre nosotros, sin confiscar las propiedades de los demás ni encarcelar o exiliar a las personas que no nos gustan. El valor central de la Política es la capacidad de llegar a un pacto, un compromiso, un acuerdo, que implica el reconocimiento del estado de derecho, un “acuerdo mínimo” que se convierte en una convicción profundamente arraigada por la cual vivir. Los estadounidenses entendieron esto muy rápidamente y les ha funcionado (nos ha funcionado ahora) durante más de dos siglos bastante bien.
El tercer eje es una consecuencia natural de los dos primeros y es el cuestionamiento de la rectitud de las búsquedas anteriores. A nivel social, tenemos la Ética, que se ocupa de la cuestión de los valores morales y cuánto fluctúa en el decurso de nuestras vidas, o de siglos. La Ética se preocupa por lo que es bueno y malo, y eso se determina por grados de empatía. Por ejemplo: soy una decepción para mi padre debido a mi orientación sexual o mis puntos de vista políticos. Entiendo que es una lucha para él y también entiendo que puede ser incapaz de empatía en ese aspecto, o quizá es mía esa incapacidad de comprender, porque de ninguna manera me creo exento. La empatía se define como la capacidad de comprender o compartir los sentimientos de otra persona. ¡Qué cosa tan complicada es esa! Y, sin embargo, es un paso hacia la complejidad y la iluminación, ya que agrega una capa de razonamiento y conciencia a nuestra existencia común.
Los gobiernos tiránicos como el que me vio nacer sobreviven en parte gracias a la represión de la capacidad de sus ciudadanos para conocerse a sí mismos: prospera y se vuelve más poderoso cada vez que somos incapaces de mirar hacia nuestro pasado en busca de soluciones a problemas en el presente, incapaces de acceder a datos confiables y discutirlos para tomar decisiones informadas. Crece más grande y más poderoso cuando no hay mecanismos efectivos para llegar a acuerdos y compromisos, y por último, si los ciudadanos no tienen acceso a la información e ideas, y no pueden debatirlas para tomar decisiones informadas, tampoco pueden discernir lo que es bueno y malo.
¿Qué hacer al respecto?
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Saludos a todos
Maikel Arista-Salado