Algunos pedazos del universo…
“¡No demos motivo á las generaciones venideras para que acusen fundadamente á la libertad de haber también reducido los sagrados límites de la patria!” -Antonio Romero Ortiz, La Política, 2 de enero de 1873
Las corrientes nacionalistas que en Cuba terminaron por imponer la independencia a sangre y fuego, suelen esgrimir la «condición colonial» de la isla, impuesta en 1837, como su justificación por antonomasia. Y desde luego, para socorrer la predicha condición no falta el conocido Paralelo de José Antonio Saco,1 quien protestó —¿cómo no hacerlo? — ante la insólita y escandalosa decisión de las Cortes constituyentes de no permitir que los representantes de Ultramar tomasen asiento en el parlamento español como integrantes que eran de pleno derecho de la nación.
«Colonia» e «independencia» son dos de las muchas palabras que cargamos en ese pesado catauro nacional que nadie sabe a ciencia cierta quién nos lo dio, o cómo llegó a nuestras manos. Ambas palabras, además, son dos grandes monumentos a la vacuidad más yerma. ¿Cómo hemos amanecido absolutamente maniatados por la mediocridad de esas palabras que, sin embargo, sin detenernos a pensar en su significado, las seguimos llevando y trayendo, arrastrando e imponiendo, hasta convertirlas en verdaderas maldiciones sisifescas. Salir de la minoridad implica despojarnos de fantasías infantiles y asumir la realidad de la manera más objetiva posible.
Le ronca los timbales que en siglo y medio el relato que nos explica como nación no sea más que la peor de las propagandas, aquella que no ha tenido el menor reparo en ir a cualquier extremo con tal de preservar la sagrada justificación: ora que España asesinó a los estudiantes de Medicina, ora que mandó a Weyler a exterminar a los cubanos. Si queremos dar el salto que nos coloque entre las naciones sensatas, tenemos que despojarnos de todas aquellas ideas que no sean capaces de resistir un cuestionamiento, incluidas nuestras más íntimas convicciones. Mientras no hagamos ese esfuerzo intelectual como nación, muy difícilmente saldremos de personajes mesiánicos y megalomaníacos (Céspedes, Martí, Castro, o un futuro presidente Manolo) que florecen en nuestros recurrentes y paulatinamente más duraderos períodos de total afasia colectiva.
Con el terrible oscurantismo cíclico en nuestra historia, u oscurantismo a secas si me apuran, los niveles de destrozo son también cada vez mayores, tanto psicológicos como materiales. Sólo hay que ver la cantidad de iglesias que pululan por doquier, y cómo la religiosidad de apodera de la vida común, cuando el mundo avanza hacia sociedades mayormente seculares. Desde los esfuerzos por insurgir en armas contra el gobierno legítimamente constituido (no una sino tres veces, y tres veces derrotados, pasando por los destrozos, digo, las revoluciones, tanto aquella en la todos cual los actores políticos del mundo pactaron el desconocimiento de la voluntad soberana de los cubanos expresada en elecciones libres, hasta la revolución por antonomasia, la de la continuidad, que traicionó nuevamente el anhelo de una buena parte de los cubanos que deseaban el restablecimiento del hilo constitucional, y cuyo terrible fantasma todavía hoy nos persigue) la historia de los cubanos ha estado marcada en el último siglo y medio por esas traiciones mesiánicas. Siglo y medio.
Una vez superada en apariencia esta prueba terrible y nos lamamos las heridas, mientras nos componemos de la catástrofe, tenemos que detenernos a recoger nuestros propios pedazos, rotos por doquier, repensar lo mismo que tenemos que repensar cada vez que se nos ocurre la peregrina idea que el país se refunda con textos constitucionales redactados con depurada técnica jurídica, excelsos y maravillosos, pero tan enclenques que se derogan con una firma.
Colonia y nacionalidad en la Cuba española
Ni Cuba fue colonia, ni la independencia determinó una explosión de nuevos derechos que los cubanos podían ejercer, de hecho la ley electoral republicana fue más restrictiva que la española, y a la postre, los distintos caciquismos en pugna, imposibilitados de diluirse en una dinámica de país más grande, terminaron por reventar aquel precario equilibrio. La condición colonial se suele usar en nuestro contexto para querer significar la percepción de un menoscabo, un socavamiento o inferioridad de iure del territorio cubano (la colonia) en comparación con el resto de territorios que componen un Estado. La minusvalía se sostiene al decir que Cuba se gobernaba de la manera más arbitraria, con mano dura, represión y falta de libertades contra aquellos que eran naturales de la colonia, porque los discursos colonialistas con los que se pretende etiquetar la relación de España con sus territorios de Ultramar, insisten en oponer el español al criollo como única forma de validar un conflicto que terminará bendiciendo un nacionalismo hispanófobo, incapaz de conectar con sus bases culturales. Lo mismo logró hacer el príncipe Guillermo de Orange durante la guerra de la independencia de los Países Bajos, cuya propaganda quería pintar un conflicto entre españoles y neerlandeses, cuando en realidad fue una guerra civil entre neerlandeses, unos a favor de Orange y otros a favor de Felipe II, legítimo soberano de los Países Bajos.
El ejemplo neerlandés puede ilustrar con más nitidez el conflicto armado de 1868 a 1878, que Wikipedia describe en los siguiente términos:
La Guerra de los Diez Años, Guerra del 68 o Guerra Grande (1868-1878), también conocida en España como Guerra de Cuba, fue la primera de las tres guerras cubanas de independencia, insurrectas contra las fuerzas coloniales españolas2
Y ya vemos cómo, ab initio, se marcan unos campos muy bien definidos de acción: los cubanos por una independencia que España (o los españoles) obstaculiza. En ese contexto tan parcializado los esfuerzos insurgentes se concentran en apropiarse completamente del gentilicio, lo que yo llamo «gentilicio totalizador», a primera vista parecería tautológico, porque todo gentilicio agrupa en él a la masa de personas que tienen un lugar común por naturaleza, pero este va a un nivel más, porque totaliza, invisibiliza y trunca toda posibilidad de análisis.
Para definir un Estado en todo tiempo y en todo lugar se necesitan dos elementos: población y territorio. Dicho de otra manera: el Estado es la relación política que se establece en una población relativamente cierta y estable sobre un territorio relativamente cierto y estable. La palabra «colonia» en este contexto se entiende como un apéndice del Estado, una minusvalía, algo accesorio. Si los elementos que conforman el Estado son población y territorio, la colonia entonces bajo esta visión sólo puede comprenderse como un territorio de menor entidad (p. ej.: sin representación política parlamentaria), o cuya población nativa carece de los mismos derechos que el resto de los territorios. En resumen: diferencia de derecho.
Supongamos que usted puede asignar un valor numérico a la totalidad de los derechos que usted tiene por el hecho de ser natural de un territorio. En esta imagen de la colonia, un peninsular tiene un total de 200, mientras que un cubano saca 72. Es decir, esta diferencia numérica de derecho tiene un impacto en las cuotas de libertad que el ciudadano podrá ejercer, porque 72 es más pequeño que 200, de lo que se deduce que el que tiene 200 puede hacer más que el que tiene 72. Las relaciones económicas del Estado con sus colonias son fundamentalmente de naturaleza extractiva, es decir, yo voy a extraer, con muy poca inversión.
Del territorio
El común de la historiografía cubana es pernicioso en este sentido, al instalar la noción que una equiparación de derechos políticos se alcanzó con la Carta autonómica de 1897. Un suspicaz e improbable lector notará lo que no se dice, pero se infiere que antes de esa fecha no había tal equiparación de derechos políticos, lo cual a su vez refuerza la idea de colonia sostenida en una aparente falta de derechos. Esta idea tiene su origen en Albizu Campos, y es seguida por no pocos historiadores, incluso juristas. Están equivocados.
La soberanía española (sucesora de la castellana) se funda en la doctrina de los justos títulos de Castilla. Ya he explicado que dicha doctrina se basa en el hecho de que, de acuerdo con el Derecho castellano medieval, Cuba y Puerto Rico son terra nullius, y la soberanía castellana se sostiene en la combinación de tres institutos: (1) hallazgo y conquista, (2) donación pontificia, y (3) tratado con la potencia rival, en este caso Portugal. No se trata de un mecanismo ad hoc, sino que ya se había hecho anteriormente para el reparto de las islas Canarias, Azores y Madeira que culminó con el Tratado de Alcáçobas de 1479. Para las tierras americanas la donación pontificia recayó sobre las bulas alejandrinas.
Tras la invasión napoleónica a España y la ausencia de Fernando VII, se forma la Junta Suprema Central que, mediante un decreto de enero de 1809, reconoce la igualdad de derechos entre los españoles de América y los de la península, negando el estatus colonial de Hispanoamérica. Esto lleva a la convocatoria de las Cortes de Cádiz, donde los diputados americanos exigen igualdad de representación y derechos en la Constitución, un tema que provoca intensos debates. El decreto dice: los ricos y vastos territorios americanos no son colonias ni factorías, sino parte integrante de la nación.
La brújula de Andalucía en Onda Cero (SER)
Con motivo de la Fiesta nacional de España, el periodista Jaime Castilla entrevistó a don José María Luque, don José Poventud y servidor, en representación de las asociaciones de España, Puerto Rico y Cuba respectivamente, que recogen, de manera coordinada, el esfuerzo reunificacionista de los antiguos territorios de Ultramar con la madre patria, y entre las cuales Autonomía Concertada para Cuba destaca como decana institucional, aunque su objeto social haya girado del reunificacionismo al activismo. Actualmente los esfuerzos de la asociación se concentran únicamente en la defensa y promoción de los legítimos derechos históricos de todos los cubanos a la ciudadanía española. Si quieres saber más sobre este tema, aquí te dejo un enlace relevante, y a línea seguida la entrevista por el Día de la Hispanidad.
El enlace
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Maikel Arista-Salado
SACO, J. A. (1837). Paralelo entre la Isla de Cuba y algunas Colonias Inglesas. España: (n.p.).
Wikipedia.