N.º 66 - Bases teóricas de la hispanidad
y entrevista de Tania Costa, periodista de Cibercuba.
El filósofo catalán Antonio Badià i Margarit definió la romanidad como esa «manera de ser y de ver el mundo propia de los hablantes de las lenguas derivadas del latín». Esa romanidad no es únicamente un hecho lingüístico, sino también un marco de comprensión cultural que configura cosmovisiones enteras. En ese horizonte, la hispanidad puede entenderse como uno de los grandes saberes totales de la humanidad: sistemas autocontenidos y autorreferenciales que algunos pueblos elaboran para explicar el mundo y explicarse a sí mismos, siempre ligados al desarrollo de su lengua como vehículo de pensamiento y memoria colectiva. Saberes totales son el conjunto de conocimientos producidos por una comunidad humana en el decurso, cuyos elementos constitutivos son autorreferenciales, es decir, se relacionan y remiten entre sí de manera tal que permiten generar nuevos niveles de complejidad cognitiva. El lenguaje cumple aquí un papel central, pues no solo transmite información, sino que proporciona las herramientas simbólicas para reinterpretar, reorganizar y expandir el propio saber acumulado, haciendo posible un sistema de conocimiento autoestructurado y evolutivo.
Diversos autores han reflexionado sobre la especificidad de este saber. Ramiro de Maeztu, en su célebre Defensa de la Hispanidad (1934), vio en ella no un simple agregado lingüístico, sino una misión espiritual y cultural con vocación universal. Pedro Laín Entralgo, por su parte, subrayó que la hispanidad debía concebirse como tradición viva, no como reliquia inmóvil, es decir, como un «patrimonio en movimiento» capaz de generar nuevas formas de convivencia. Desde América, Octavio Paz observó que lo hispánico no podía reducirse a nostalgia de un pasado imperial, sino que debía asumirse como una compleja pluralidad de experiencias históricas y culturales, marcadas tanto por la creación como por el conflicto.
Desde mi perspectiva, también en evolución, la hispanidad es un pozo común donde habita nuestro saber total: nuestras glorias y también nuestros demonios, lo mejor y lo peor de lo que somos. El agua de ese pozo es la lengua compartida, que nos conecta con nuestros mayores, quienes, quizá sin proponérselo, fueron vertiendo en él sus alegrías y sus temores, sus esperanzas y sus miedos. Esa herencia la recibimos al nacer, y nos corresponde a nosotros, como sus guardianes, discernir qué conservar y qué transformar antes de entregarla a las generaciones futuras.
El debate en torno a los conceptos de hispanismo e hispanidad ha ocupado un lugar destacado en la historiografía, la filología y los estudios culturales desde el siglo XIX hasta nuestros días. Lejos de constituir categorías unívocas, estas nociones se han transformado en el decurso y han sido apropiadas con fines divergentes: desde plataformas ideológicas nacionalistas hasta marcos de cooperación académica internacional. Tal diversidad semántica plantea una dificultad inicial para cualquier investigación que pretenda delimitar con precisión sus contornos teóricos.
Autores como J.F. Botrel (2004) o J. Gómez (2023) coinciden en señalar que el hispanismo debe entenderse ante todo como una práctica intelectual transnacional, en la que convergen estudios literarios, lingüísticos e históricos sobre el mundo hispánico, desarrollados mayoritariamente fuera del espacio iberoamericano. Sin embargo, esta visión cooperativa contrasta con la interpretación política que se deriva de los trabajos de Iannini (2014) o Payne (2020), donde el hispanismo se transforma en herramienta de articulación ideológica, vinculada con regímenes autoritarios, como el franquismo, o con proyectos de identidad nacional conservadora en Hispanoamérica.
Por su parte, el término hispanidad carga con una dimensión aún más polémica. En textos como los de Maeztu (revisado por Álvarez, 1999) y Vizcarra (1944), la hispanidad se plantea como una misión civilizadora de raíz católica, configurando una comunidad espiritual que trasciende lo geográfico. Esta visión esencialista, que asume una continuidad identitaria basada en el idioma y la fe, ha sido fuertemente cuestionada por autores contemporáneos como Hernández (2022) o Cánovas & Martínez-Otero (2017), quienes subrayan la necesidad de repensar estos conceptos a la luz de la globalización, el mestizaje cultural y las tensiones propias de la formación de las entidades políticas hispanas, al justificar sus existencias en una pronunciada hispanofobia, o dicho de otra manera, la mitología que hay que poner en marcha para justificar la existencia de veintiún estados soberanos donde antes existía sólo uno, tiene por fuerza que incorporar un coro de hispanofobia, pero lo mismo podría decirse para justificar la existencia de los Países Bajos, la Iglesia anglicana, o la Reforma, cuya oposición fue liderada por Carlos V, soberano de vastísimos territorios, desde y luego por Felipe II.
A nivel terminológico, se observa además una inestabilidad semántica significativa. Jiménez (2013) denuncia cómo la hispanidad aparece muchas veces como sinónimo confuso del hispanismo, lo que provoca vacíos conceptuales o manipulaciones ideológicas. Esta imprecisión se confirma en el análisis lexicográfico de Ríos (2000), quien demuestra cómo los diccionarios mismos han contribuido a la ambigüedad, ofreciendo definiciones contradictorias o fuertemente ideologizadas.
El análisis crítico de estas fuentes revela, por tanto, una tensión constante entre dos usos posibles de ambos términos: uno académico y otro político. Esta dualidad no es accidental, sino estructural, y exige una propuesta definitoria que reconozca la historicidad de los conceptos sin renunciar a su utilidad analítica. He aquí mis criticables propuestas:
Hispanismo en el ámbito académico: conjunto de estudios académicos sobre el mundo hispánico en todas sus posibles dimensiones (lingüística, literaria, histórica, etc.) con énfasis en la producción desarrollada fuera del ámbito hispanohablante.
Hispanismo en el ámbito político: corriente ideológica que promueve una identidad común entre naciones de origen hispánico.
Ahora bien, la hispanidad es otra cosa, y se puede intentar llegar a una definición satisfactoria desde varias esquinas, una de ellas es entender la hispanidad como construcción cultural e ideológica.
Hispanidad: construcción cultural e ideológica basada en la identificación, reelaboración y circulación de elementos comunes o derivados de las formas de vida, sistemas de valores, cultura material, juicios, prejuicios y visiones del mundo propios de las comunidades históricamente vinculadas a la Monarquía hispánica, y que continúan resignificándose en contextos contemporáneos a través de prácticas culturales (lingüísticas, jurídicas, simbólicas, etc.).
Sin embargo, y retomando una idea que dejé a medio acabar en las primeras líneas de esta entrega, me interesa mucho definir la hispanidad como un saber total. Un saber total no implica un conocimiento absoluto o cerrado, sino una estructura epistemológica compleja, expansiva y autorreferencial, de acumulación en el decurso a partir de la producción literaria, capaz de interconectar campos distintos del conocimiento que se articula mediante un lenguaje que la hace accesible, reinterpretada y proyectada hacia el futuro. Es, en otras palabras, un ecosistema simbólico que se piensa a sí mismo y permite pensarlo todo (aunque no lo sepa todo). Si usamos la definición de Badià i Margarit como plantilla, la romanidad descansa en una ingente producción literaria que abarca desde Derecho hasta obras literarias extranjeras traducidas al latín para que formen parte del corpus disponible.
¿Encaja la hispanidad como un saber total? ¿Puede la hispanidad ser heredera de la romanidad? Veamos:
Corpus acumulado: La hispanidad, entendida como herencia cultural (lingüística, jurídica y simbólica que emerge del mundo hispánico desde el siglo XV hasta hoy), ha producido uno de los archivos documentales más vastos del planeta: literatura, leyes, crónicas, gramáticas, códices, traducciones, filosofía, arquitectura, arte, teología, etc., no olvidemos que uno de los factores determinantes de la hegemonía del castellano en la península y su tránsito hacia español fue el apoyo institucional, desde la existencia de la escuela de traductores de Toledo o la promulgación del Código de las Siete Partidas, ambas impulsadas por el rey Alfonso X, otro factor pudo haber sido la gramática de Nebrija, y el hecho de que a pesar de ser la lengua materna de 600 millones de personas que, a pesar de vivir en Estados distintos, a océanos de distancia, se puedan comunicar en la misma lengua, o que todavía hoy podamos leer, con poca dificultad, textos en castellano medieval, es prueba de una hazaña extraordinaria del idioma que hoy llamamos español, y con ello no se quiere preterir las otras lenguas españolas, pero sí es la única lengua común de todos los españoles, y de todos los territorios que fueron parte de la Monarquía hispánica con diversos grados de integración.
Lengua generativa: El español —como lengua vehicular de la hispanidad— permite acceder, reinterpretar y proyectar ese saber. Tiene continuidad histórica, diversidad territorial y capacidad de renovación conceptual. No es un simple medio: es un sistema cognitivo en sí mismo.
Autorreferencia y autocontención: La hispanidad genera sus propios marcos de sentido: se cita, se cuestiona, se debate, se responde, se niega. He tomado este elemento del Derecho. Cuando se dice que el Derecho es un sistema autocontenido, lo que se afirma es que el propio Derecho produce las normas, los conceptos y los mecanismos para resolver sus contradicciones. Es decir, el sistema no necesita salir de sí mismo para validar su existencia: el juez cita leyes, las leyes remiten a códigos, los códigos a principios, y todos se sostiene en un circuito cerrado de legitimidad. Claro, este cierre no es hermético, porque se fosilizaría el Derecho, de la misma manera que lo que entra al mundo hispano, se hispaniza.
Si aplicamos esa misma lógica a la hispanidad entendida como saber total, podemos concebirla como un campo cultural que genera sus propias categorías para interpretarse y reproducirse. La lengua española, por ejemplo, es vehículo y a la vez criterio de pertenencia; las tradiciones históricas crean el marco de referencia que justifica la continuidad de la comunidad; y los símbolos compartidos (desde el Quijote hasta la Virgen de Guadalupe) operan como normas internas que regulan los grados de hispanidad. Igual que el Derecho, la Hispanidad no requiere validación externa para existir: basta con que las comunidades que la habitan se reconozcan en su propio repertorio de saberes. Desde las Cartas de relación de Hernán Cortés hasta las novelas de García Márquez o la producción doctrinal en español del Derecho, la Filosofía o la Nigromancia, hay un tejido autorreferencial que genera nuevas capas de sentido.
La producción literaria en diversos campos del saber expande el corpus léxico, lo cual a su vez permite la interconexión, por el simple hecho de su disponibilidad en la lengua. En el mundo hispánico se han articulado saberes jurídicos, teológicos, estéticos, científicos y populares dentro de un mismo idioma y campo cultural. Esto no es común en todas las civilizaciones, pero permite cierta generalidad.
Definir la hispanidad como un saber total no significa exaltarla acríticamente. No es universalmente excluyente, pero tampoco es neutra: la hispanidad como saber ha coexistido con rigideces y contradicciones manifiestas. Como todo archivo, es también lo que ha silenciado tanto desde la institucionalidad como la sociedad en general. Tampoco es homogénea: no hay una única hispanidad, sino diversas hispanidades, como le escuché decir al Dr. Avelino Couceiro en una de sus brillantes conferencias. Hay muchas formas, en principio todas válidas, de habitar nuestras hispanidades, interpretarlas o incluso impugnarlas. Por eso cuando hablo de saber total, no significa totalitario y excluyente, como un sector defiende, sino conflictivo, inestable, contingente como consecuencia natural de su amplitud. Mantener esa amplitud colosal implica necesariamente que la hispanidad debe ser abierta. En la medida en que se use como argumento cerrado, esencialista o excluyente, deja de funcionar como saber total y se convierte en ideología identitaria, y es en ese valor, a mi juicio reducido, como lo ven algunos, a propósito de este artículo recientemente publicado en Hesperia.
La totalidad, en definitiva, no reside en una supuesta completez o superioridad intrínsecas, sino en la capacidad de pensarse a sí misma con sus propias herramientas, integrar conocimiento, incorporar nuevas voces y proyectar sentido más allá de sus orígenes y de sus confines.
Muchas gracias a todos,
Maikel Arista-Salado
Comentario a un comentario…
Mi respuesta: ¿Qué defendemos?: la restitución de una nacionalidad de origen injustamente arrebatada por el art. IX del Tratado de París (1898). No es “meter por la ventana” a nuevos españoles; es devolver a su estatus jurídico a quienes fueron desnaturalizados por un acto estatal externo a su voluntad.
¿Qué no es?: no es una amnistía migratoria ni un pasaporte-escapatoria. Ser español implica pertenencia y deberes: sujeción a las leyes, fiscalidad donde corresponda, lealtad constitucional y participación cívica. Quien solo busca “conveniencia” se retrata en el tiempo; la práctica que determina el compromiso cívico, así como la contribución intelectual, mercantil o de cualquier otra clase pondrá a cada cual en su lugar.
Sobre “reunificación nunca”: respeto a Santiago Alpízar, pero no habla por nuestra iniciativa ni representa nuestra organización. Nuestro marco es el reencuentro del pueblo español con una parte que ha sido históricamente preterida e ilegalmente expulsada; 1º: justicia a través de una restitución de la ciudadanía que no es una gracia política, ni un favor, ni una dádiva, sino un derecho fundamental; después, lo que el soberano libremente quiera construir (cooperación reforzada, acuerdos, fórmulas de asociación, etc.). La separación fue un error precipitado y, en parte, forzado por circunstancias de poder; corregir la desnaturalización es el paso serio y verificable hoy, pero debes entender, querido Julio, que la mesura y la objetividad deben ser brújulas de actuación para nosotros, porque no vendo humo y he tratado de ser milimétricamente consecuente con mis ideas.
Debo aclarar, reiterar, que a nadie se le puede preguntar para qué quiere ser español. Insisto en que, una vez logrado, cada quien tendrá razones muy diversas para hacerse español, y todas ellas igual de válidas. El argumento de la conveniencia es baladí porque usamos la conveniencia para las cosas más importantes de la vida, y una decisión de este calibre no sería una excepción.
¿Corazón o interés?: ambas cosas existen en cualquier comunidad política. A la ley se le pide criterios objetivos (legislación aplicable, violación concreta), no exámenes de lealtad, la ciudadanía no es un premio. Ello no obstante, muchos cubanos de mi entorno sienten a España como casa propia; y están dispuestos a demostrarlo con hechos, no con frases hechas ni estribillos.
“¿De qué sirve sumar millones si un español no puede moverse en Cuba como nacional?” Tienes razón en el diagnóstico: Cuba no reconoce hoy a los españoles como nacionales en su territorio. Eso no lo decide España, pero tampoco lo podemos decidir los cubanos ahora mismo. Pedir reciprocidad es incluso malvado.
Y la segunda parte: Las 500.000 firmas: son para registrar una iniciativa legislativa popular en España: que las Cortes debatan una ley de reconocimiento de la nacionalidad de origen a los naturales de Cuba y Puerto Rico y encarguen, ordenen al Gobierno a revisar-denunciar los efectos del art. IX y a negociar la correspondiente adaptación internacional. Es un acto soberano español, con la cabeza alta.
¿Por qué apoyar sin complejos?: porque España no “fabrica” españoles: recupera a los suyos. Porque fortalece la nación cultural y jurídica que ya existe más allá de la península. Porque es coherente con la tradición española de integrar a sus naturales de ultramar. Y porque, si exigimos orgullo nacional, empecemos por reparar a nuestra propia gente.
Aquí el asunto no es regalar pasaportes; sino restituir la nacionalidad española a los descendientes de quienes nunca debieron perderla. Yo trabajo para que España reconozca a los suyos y, con ese cimiento, negociar un mejor futuro para los españoles, y para la hispanidad toda. Ese es un proyecto que cualquier español puede apoyar con la frente en alto.
Muchas gracias a todos,
Maikel Arista-Salado