En el imaginario nacional cubano, el mambí ha sido elevado al rango de arquetipo fundacional. Figura heroica, encarnación de la lucha por la libertad, símbolo de una nación forjada en la manigua. Sin embargo, cabe preguntarse si resulta conveniente —o incluso legítimo— asumir como modelo nacional una figura que desconoció la legalidad vigente y se levantó contra la voluntad política de su propio pueblo.
Un dato incómodo: el electorado votó
En 1879, después de la Paz del Zanjón, se celebraron elecciones con una participación del 56,15% del electorado inscrito en Cuba. En 1881, aunque con menor participación (44,69% en La Habana), el proceso siguió siendo legal y abierto. Los resultados fueron claros: la mayoría de los cubanos optó por una vía autonomista o asimilacionista dentro de España, respaldando al Partido Unión Constitucional o al Liberal Autonomista.
En las elecciones de 1898, según Montaud, el 80% de los diputados en el parlamento insular eran autonomistas, frente a un 14% unionista, señal del triunfo irrebatible del autonomismo como solución global para Cuba por el cuerpo electoral cubano.
¿Qué hicieron los mambises ante esto? Ignoraron la soberanía expresada en las urnas y reanudaron la guerra.
Se ignoró la vía institucional
Contrario a la imagen simplista de una colonia sin derechos, el régimen restauracionista español había abierto un cauce —imperfecto pero funcional— para que los cubanos ejercieran representación parlamentaria. Lo había hecho con elecciones, escaños, partidos legales y debates en Cortes.
Raimundo Cabrera, autonomista, lo reconocía:
«Fue posible la formación de listas 'verdad', los cubanos figuraron en el censo y alcanzaron su legítima representación» (Cabrera, Cuba y sus jueces, 1887).
El arquetipo mambí, sin embargo, desechó la legalidad, rechazó el sufragio y apostó por la vía de las armas, sin esperar siquiera que maduraran las reformas.
Apelación al extranjero: ¿patriotismo o traición?
La ruptura institucional no fue el único acto grave. Los insurgentes solicitaron deliberadamente la intervención de los Estados Unidos en la guerra, convirtiendo el conflicto interno en una guerra internacional. ¿Puede llamarse patriota a quien llama al extranjero invasor a intervenir contra su propia soberanía?
Ese desenlace —la intervención de 1898— no fue el resultado inevitable del fracaso reformista, sino de una insurrección que prefirió desconocer el pacto legal que una parte sustancial del país sí estaba dispuesta a respetar.
Una lección incómoda para la historia
El culto al mambí como arquetipo nacional transmite una ética política peligrosa: el desprecio a la ley, el desprecio al voto, el desprecio a la institucionalidad. Cuba necesita refundar su cultura política sobre otros valores: legalidad, diálogo, construcción democrática, soberanía civil.
Exaltar al mambí es, en última instancia, exaltar la ruptura, la insubordinación y la violencia como mecanismos primarios del cambio político. No es casual que el modelo revolucionario del siglo XX haya bebido de ese mismo manantial.
Es tiempo de repensarnos como pueblo. ¡Es hora de volver a casa!
Maikel Arista-Salado
Buen aporte. Los cubanos no han aprendido historia, sino solo leyendas fundacionales: primero las del Estado nacional, luego las del régimen actual.